LAS VOCALES
Soy maestra de preescolar llevo muchos años en el mismo lugar, quizás doce o más y mi clase memorable ocurrió una mañana del mes abril del año 2019. No sé por qué, pero el mayor avivamiento del maestro es el recuerdo del estudiante ausente que aún ausente le salpica el corazón. Mientras me encontraba enseñando las vocales: recordándolas, usándolas, evocándolas; llegaron al salón de clases Miguel Varela y Ana Balzán, dos antiguos estudiantes de quinto y sexto grado; querían tomar prestados unos lápices para presentar unas pruebas. Me pidieron dejarlos quedar un rato para recordar mis clases, yo asentí.
El ambiente era tranquilo, diría que más calmado, hasta "preocupante", como si ese día faltara una chispa; así falte algo, mientras exista pasión por enseñar, esto pasará y es necesario dejarlo pasar.
Aquellos dos estudiantes me pidieron permiso para intentar enseñar las vocales a su manera, no entendía lo que ellos pretendían, pero les dije que sí. Salieron del aula, regresaron pasados quince minutos, fue poco tiempo para lo que sucedió. Tocaron la puerta e ingresaron Ana, Miguel y tres estudiantes más que un día habitaron mi preescolar y con los recursos que tenían a la mano estiraron sus medias, se hicieron pecas con lapicero, inflaron su cuerpo con sus maletas dentro de la ropa; cada uno representaba una vocal, entraron y presentaron a los niños una danza de las vocales.
Los actuales niños de preescolar reían sin parar, veían cómo se movían las vocales por todo el salón. Mientras ocurría el espectáculo, sólo observé ojos brillando. Ellos, los que ya no estaban conmigo, devolvían todo lo que tenían en el corazón y sus neuronas.
Finalmente no me explico cómo en tan poco tiempo para despedirse, cada uno sacó del bolsillo varias hojas de cuaderno que improvisadas empacaban tiernamente algunos confites, restos de cascos de papas y galletas partidas a la mitad; para dejar evidencia de ese amor que ellos recibieron algún día, como si no fuera suficiente lo que dejaron hoy en el alma de esta maestra.